Almas Puras - Enrique Krauze

REFORMA | 15 de Julio de 2007

En las semanas recientes recibí dos críticas publicadas por dos conspicuos personajes de la izquierda: Andrés Manuel López Obrador y Arnaldo Córdova. Por economía de espacio y por la semejanza entre ambos textos, he creído conveniente responderles en un solo artículo.


En un lugar de su especioso libro, AMLO me llama "tenaz defensor de la derecha" y denuncia que a lo largo de la campaña estuve "dedicado por entero a atacarlo". Le agradezco su atención singularizada, pero temo que su acusación lo retrata, una vez más, de cuerpo entero: para AMLO no hay más ruta que la suya, los críticos son enemigos y los enemigos representan necesariamente el "pensamiento y los intereses de 'la derecha'".

AMLO no rebate la caracterización que hice de él como un Mesías tropical. "En realidad -apunta- no es que yo sea mesiánico, lo que pasa es que Krauze es simpatizante de la derecha y un intelectual orgánico del PAN". Lo curioso es que, para probar mi "organicidad" panista, señala que "promoví" la biografía de Luis Terrazas, empresario y latifundista chihuahuense que fue nada menos que tatarabuelo de... ¡Santiago Creel! Para AMLO, la genealogía certifica la pureza o impureza ideológica de las personas, pero con esos mismos criterios le tengo malas noticias: la esposa de Terrazas era nieta de don Carlos María de Bustamante, el gran cronista de la Independencia, colaborador cercano de Morelos. Creel resulta entonces descendiente directo de un prócer, lo cual -supongo- atenúa mi "culpa" como editor y arroja dudas sobre mi supuesta filiación panista.

El argumento es risible, el tema de la pureza no lo es. AMLO insiste en la necesidad de una "verdadera purificación" de la vida nacional. Su frase, lo mismo que la fórmula "rayo de esperanza", provienen de "La crisis de México", célebre ensayo de Daniel Cosío Villegas publicado en 1946. Aunque AMLO pretende cobijarse bajo la autoridad de aquel gran historiador, no lo logra. Cuando un intelectual liberal como Cosío Villegas usaba esas palabras, la implicación no era revolucionaria, ideológica o religiosa, sino reformista. Un demócrata asume de antemano la impureza de la vida y por eso cree en el imperio de las leyes. No es ése el sentido con que AMLO utiliza la palabra "pureza" y sus derivaciones: él es un líder para quien el mundo se divide entre "puros" e "impuros", con la particularidad específicamente mesiánica de que es él quien decreta la diferencia. Llevada al poder, esa idea de pureza encarnada es el germen natural del autoritarismo, el reverso de la tolerancia democrática.

Me habría gustado responder a Córdova en La Jornada, donde publicó su texto. Por desgracia es imposible. Desde hace años ese órgano omite por sistema -sin derecho de réplica- casi toda noticia o mención sobre mí que no sea denigratoria.

En respuesta a mi artículo "Octavio Paz y la izquierda" (Reforma, 6 de mayo de 2007), Córdova cree refutarme sosteniendo que -salvo una polémica con Carlos Monsiváis- fue Paz y no la izquierda quien se rehusó a debatir los grandes temas de la historia contemporánea. Me temo que Córdova no leyó a Paz. En su obra crítica abundan los textos explícitamente dirigidos a la izquierda, varios memorables como la "Carta a Adolfo Gilly", que dio pie a una discusión sustancial. A estas aperturas de Paz, los sectores más influyentes de la izquierda respondieron -con excepciones como la mencionada- quemando su efigie en el Paseo de la Reforma o ejerciendo contra él la descalificación, la calumnia y el ninguneo. "Cuando Paz -agrega Córdova- se convirtió en estrella de televisión con sus magníficos y muy ilustrativos programas jamás abrió las puertas a una polémica como él decía que quería con la izquierda". Aquí Córdova miente o sufre una extraña falla de la memoria. Al "Encuentro Vuelta", que organizamos en 1990 para debatir sobre la situación mundial después de la caída del Muro de Berlín, acudieron varios exponentes respetados de la izquierda mexicana, entre ellos Adolfo Sánchez Vázquez, Rolando Cordera, Carlos Monsiváis, y... ¡el propio Córdova! Sus intervenciones constan en los videos y libros del Encuentro.

Paz pedía a la izquierda -y yo lo he reiterado- una autocrítica honesta y clara con respecto a los regímenes antiguos y presentes del socialismo real. Córdova se deslinda cómodamente, en un párrafo de antología: "[Krauze] no tiene por qué seguir exigiéndonos a todos que nos arrepintamos de lo que hicieron los dictadores comunistas. Eso es estúpido. Yo qué carajos tengo que ver con el muro de Berlín o con los campos del Gulag". Es increíble que un intelectual -de cualquier filiación- escriba así, mucho menos si es de izquierda. No se trata de un problema de culpa sino de responsabilidad intelectual, porque la historia de esos regímenes que actuaban en nombre del socialismo provocó el sufrimiento y la muerte de decenas de millones de personas. ¿Dónde están los textos o las protestas de Córdova sobre esos regímenes? No es preciso haber pertenecido a la Stasi para admitir la necesidad de la autocrítica, y ahora menos que nunca, porque muchos de los esquemas ideológicos y actitudes autoritarias que sustentaron a esos regímenes siguen vivos en sectores de la izquierda latinoamericana y mexicana. La satanización del pensamiento liberal es uno de ellos, y el propio Córdova lo representa al decir que soy de "derecha" porque soy liberal.

Hay finalmente, en el texto de Córdova, un tono que entristece y desconcierta. ¿Por qué un profesor universitario de su rango pierde a ese grado la compostura, la más elemental civilidad? Esa intemperancia es uno de los legados más preocupantes que dejó el "estilo personal" de López Obrador. Proviene de una torcida noción de superioridad moral, de pureza, que es el rasgo más antidemocrático de un sector considerable de nuestra izquierda. Lo señalo, como diría López Obrador, "con el debido respeto".

REFORMA | 1 de Julio de 2007

Para José Gutiérrez Vivó.

Hacia 1921 se desvaneció el último partido con la palabra "liberal" en sus siglas: el Partido Liberal Constitucionalista. El PLC contaba con miembros en el gabinete y tenía mayoría en la Cámara. Quiso hacerla valer, pero el invicto general Álvaro Obregón no tenía tiempo para sutilezas parlamentarias. No sólo no contemporizó con ellos sino que toleró un asalto al Palacio Legislativo al grito de... "¡Viva la Revolución Rusa!" Fue el último adiós del Estado al liberalismo.


En los años veinte los partidos políticos crecieron como hongos: los había nacionales, estatales y locales. Sus siglas revelaban una similar búsqueda de legitimidad en las corrientes ideológicas o políticas de moda: todas colectivistas, ninguna liberal. Así se fundaron varios partidos influyentes, ligados siempre a figuras políticas de renombre, entre otros el "Nacional Agrarista", de Soto y Gama, ligado a Obregón; el "Laborista Mexicano", de Morones, ligado a Calles; el "Nacional Cooperativista", de Prieto Laurens, ligado a De la Huerta; el "Comunista", fundado por el hindú Manabendra Nath Roy; el "Socialista del Sureste", fundado por Carrillo Puerto; el "Nacional Antirreeleccionista", ligado al filósofo y educador José Vasconcelos. Todos desaparecieron tras el ocaso de sus creadores o patronos. Además, en términos ideológicos, sus nomenclaturas resultaron parciales. Había que encontrar una que reinara sobre todas, y Calles encontró la que, a la postre, triunfa- ría, en la guerra de las siglas: el Partido Nacional Revolucionario, luego transformado en el Partido de la Revolución Mexicana y finalmente en el Partido Revolucionario Institucional.

A partir de 1929 se crearon otros partidos, que tampoco reivindicaron en sus siglas la palabra liberal. Algunos casi de membrete, como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana; otros ligados parcialmente a un líder carismático, como el Partido Popular Socialista de Lombardo Toledano, o el Partido Demócrata Mexicano, "el del gallito", vinculado al sinarquismo ultramontano de Salvador Abascal. El común denominador de ésos y otros partidos fue su falta de solidez institucional. La excepción a la regla fue, desde luego, el Partido Acción Nacional, creado desde un principio con pautas democráticas, y destinado, no a conquistar el poder, sino a la paciente "brega de eternidades".

Los partidos de cuño revolucionario mexicano consideraban que el movimiento armado y la Constitución de 1917 representaban un progreso sobre los principios liberales -supuestamente anacrónicos- de la Carta de 1857. Pero, para no desocupar por entero la plaza, sus ideólogos principales (el más destacado fue Jesús Reyes Heroles) construyeron una obra respetable que pretendió trazar una continuidad entre los liberales de 1857 y los constituyentes de 1917. La supuesta convergencia entre el orden liberal y el priista fue criticada por unas cuantas voces (notablemente, la de Cosío Villegas) que sabían que el sistema político mexicano contradecía los postulados más elementales de una democracia liberal.

Por su parte, los partidos de cuño revolucionario socialista o comunista (algunos ligados a Moscú, otros dispersos en infinitas sectas o extraviados en las ideologías revolucionarias) desecharon como un anatema la posible convergencia con la tradición liberal. Esa confluencia podía haberlos librado de la clandestinidad (a veces heroica), y haberles dado presencia nacional y votos.

Por su cercanía a la Iglesia Católica, el Partido Acción Nacional estaba impedido a reconocer expresamente el legado liberal. Todo lo liberal sonaba a jacobino. Las siglas del PAN, como se sabe, provienen de Action Française, el influyente partido de derecha fundado por Charles Maurras en Francia. Pero hay un dato que a menudo se olvida: el carácter liberal de la lucha universitaria de 1933, que está en el origen del PAN. Guiados por el rector Gómez Morín, quienes libraron esa lucha por la libertad de cátedra y de expresión, frente a un Estado que pretendía imponer la "educación socialista" (que Jorge Cuesta llamó la "nueva política clerical"), fueron católicos liberales como el propio Gómez Morín y Antonio Caso. No en balde fue Caso quien acuñó la frase "Parecían gigantes" para referirse a los liberales de la Reforma. En sus mejores momentos (su lucha parlamentaria en los cuarenta, la presidencia de Adolfo Christlieb Ibarrola, las elecciones de los ochenta) el PAN ha sido -en términos políticos- heredero del maderismo. Por desgracia, la otra cara del PAN, la clerical, dogmática e intolerante, no es menos poderosa. Y para colmo, la propensión panista a legislar sobre la vida privada sigue siendo un pesado lastre antiliberal.

¿Podrían los partidos redescubrir ese legado? El PRI podría reivindicarlo, con enormes esfuerzos de autocrítica y una decidida actitud modernizadora. Es improbable que lo haga. En cuanto al PAN, a juzgar por su dirigencia actual -antiliberal en casi todos sentidos- no puede ni quiere reconocerse en esa herencia. La gestación de un liberalismo católico no sería impensable (no lo fue en la época de la Reforma), pero requeriría un arrojo extraordinario y la posibilidad de tomar distancia de la Iglesia Católica, enemiga mortal del liberalismo desde el siglo XVIII. ¿Y el PRD? Mucho más que sus antecesores (el PSUM, el PMT; el PSD, etcétera), el PRD se ha acercado a asumir como propia la vida democrática, pero está muy lejos de entender, mucho menos de arrogarse, el legado liberal. Aunque es quien defiende con mayor denuedo la separación de la Iglesia y el Estado, las actitudes dogmáticas de sus dirigentes y sus órganos periodísticos revelan una intolerancia "clerical", a veces "inquisitorial". Y su plataforma -como vio hace años Gabriel Zaid- se parece menos a la de los liberales del siglo XIX que a la de sus acérrimos enemigos, los conservadores: Estado protector de la identidad nacional, las corporaciones (en aquel tiempo militares y eclesiásticas, en el nuestro sindicales, académicas, burocráticas), odio contra Estados Unidos, etcétera.

En México el liberalismo está vivo. En su versión moderada (lejos del viejo jacobinismo o de las doctrinas económicas de un rígido laissez faire), lo profesa y practica sin saberlo una buena parte de la población, que cree en la democracia, aprecia la libertad en todas sus manifestaciones, exige tolerancia e igualdad de derechos, sueña con un Estado de derecho y con un Estado eficiente, responsable, acotado y honesto. México es, en buena medida, liberal, pero el liberalismo mexicano no tiene representación en los partidos, que van a la zaga de la sociedad. Por fortuna, el liberalismo puede encontrar otras vías de participación ciudadana paralelas, aunque no contrarias, a los partidos. Tal vez ésa sea, entre nosotros, su mejor vocación.


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