31 Mar. 08

Mandar al diablo las instituciones no es el deshacerse de lo inservible sino desprenderse de lo elemental -y de lo propio. No es atacar la fortificación enemiga sino perforar la nave donde uno viaja. Dirán los defensores de las comillas que López Obrador no mandó al diablo a las instituciones sino a sus instituciones. Subrayarán que los institutos remitidos al caluroso territorio eran los de la derecha tramposa. Pero ahí está el gran problema del lente marxista. Las instituciones del Estado no pueden entenderse como armas de los encumbrados contra los justos. Son el domicilio común, el espacio indispensable para la convivencia. Cuando el caudillo gritó a los cuatro vientos que las instituciones merecían estar ahí, en el infierno de la porquería, era claro que mandaba al diablo también a quien lo hacía su candidato. Era cuestión de tiempo que los efectos de la convocatoria se hicieran sentir en su propia casa. Se ha consumado el aviso: al PRD se lo ha llevado el diablo.

El discurso del gran caudillo ha sido un coherente embate a los tres fundamentos de la convivencia: el diálogo, la verdad y las reglas. Ése es el tripié del trato institucional: aceptar la realidad, acatar las reglas, tolerar al otro. No es extraño lo que pasa en la familia perredista porque ahí ha avasallado ese mensaje: no se puede conversar con los traidores; no importan los hechos; sólo valen las normas que me validan.

Empecemos con la cancelación del diálogo. Tiene sentido escuchar a otro si se admite su dignidad, la posibilidad de que tenga razón o, incluso, si se acepta su derecho a equivocarse. Esa rutina en la que unos y otros hablan y se escuchan consecutivamente ha sido vetada por el purísimo. Los patriotas no tienen por qué charlar con los traidores. A ellos no se les escucha, se les aplasta. Hoy lo vemos en la nueva campaña lopezobradorista. Con retórica e ilusiones insurreccionales se organizan comandos -¡así les llama!- para impedir que una fuerza política presente una iniciativa de ley. Se preparan para bloquear la deliberación. Considerar los argumentos de los desleales a la patria es ya motivo de excomunión. Curiosa virilidad de la intolerancia: quien escucha el alegato de otro se le entrega. Quien admite que el otro pudiera encerrar alguna diminuta y remota pista de razonabilidad es ya cómplice de los peores. Imposible debatir en este ambiente. El único espacio de la palabra es la cantaleta, la consigna y la amenaza.

Las proscripciones se extienden como epidemias. Si primero está prohibido conversar con los del otro partido; luego se vuelve indebido conversar con los del otro barrio y luego con los de la otra casa, después con los del otro cuarto, y al final con el de al lado. Al vetar el primer diálogo se inicia el camino hacia el monólogo donde sólo una voz es legítima. El resto tiene permiso de celebrarla. Lo que ahora pasa dentro del PRD no es más que la ramificación de su intolerancia. Ahora la intransigencia se perfila contra los enemigos interiores. Unos son puros, los otros traidores. Y ya se sabe que con los traidores no se puede tomar el café porque lo envenenan.

La sociedad política también tiene ciertas exigencias de verdad. No es que sea una comunidad científica volcada a la medición y la experimentación. Pero reclama un mínimo compromiso para aceptar hechos. Cada uno puede valorarlos como le dé la gana, pero no se tiene derecho a inventar la verdad, a torcerla, a ignorarla. Como recuerda el libro de Carlos Tello Díaz, a las once de la noche del 2 de julio del 2006, Andrés Manuel López Obrador declaró que aventajaba con "cuando menos 500 mil votos" a su adversario. ¿De dónde sacó ese número? De la manga. Lo inventó. Dijo medio millón, pero pudo haber dicho 3 millones. Después fue inventando e inventando e inventando hipótesis, teorías y conjuras que trataban de ocultar su derrota y fabricar una victoria cuya única fuente es la fe de sus simpatizantes. Al acompañar a López Obrador en ese viaje de fantasía, el perredismo ha dado muestras de su escasísimo compromiso con la verdad -y ahora paga las consecuencias. Lo mismo se escucha hoy en relación con el petróleo: inventos, fabricaciones, incoherencias. Tal parece que la realidad ha sido condenada como reaccionaria. Y ahora que el PRD cumple su segunda semana sin poder declarar al ganador de su contienda interna, ¿de dónde puede levantarse la voz que pida la elemental constatación de hechos? ¿Quién podría levantar la mano para reivindicar la importancia de la veracidad difunta cuando todo el partido colaboró en su entierro?

Los conflictos pueden arreglarse de tres maneras: se resuelven a golpes y se impone el más fuerte; los soluciona una figura de autoridad y todos la reconocen; o se canaliza por algún procedimiento, siguiendo reglas. Las dos últimas opciones parecen inviables para el PRD. Las normas y los árbitros no generan confianza y la figura de autoridad es declaradamente parcial. Quedan la fuerza y el ruido. El mensaje antiinstitucional de López Obrador ha tenido eco dentro de su partido. Las diatribas que el partido ha recitado en contra del régimen ahora se adaptan al pleito de las facciones. Unos son los espurios, los otros los legítimos; ellos son peleles, nosotros los congruentes. Por eso el pacto entre los contendientes se impone por encima de las resoluciones del órgano común. Ése es el legado político del caudillismo: la expropiación del domicilio compartido. Quien vive en la casa del PRD lo hace por graciosa condescendencia del presidente legítimo.

López Obrador cosecha en su partido lo que ha sembrado para el país. La crisis del PRD será lamentable pero no es injusta.

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Sergio Sarmiento
3 Mar. 08
Publicado en: Reforma



"pelele. 1. m. Figura humana de paja o trapos que se suele poner en los balcones... 3. m. coloq. Persona simple o inútil".

Diccionario de la Real Academia Española


Tan sólo es el presidente "legítimo" y no el constitucional, pero eso no ha sido obstáculo para que Andrés Manuel López Obrador caiga en las viejas prácticas del presidencialismo priista. Esto lo vemos en su abierto operativo para lograr que su lugarteniente de tanto tiempo, Alejandro Encinas, sea electo presidente nacional del PRD.

El autodenominado presidente legítimo no ha ocultado su intención de imponer a su candidato como cabeza de su principal partido político (principal, porque también tiene al PT y en menor medida a Convergencia). Públicamente le ha expresado un apoyo irrestricto. Pero además ha utilizado a sus alfiles, como el secretario de Comunicación del partido, Gerardo Fernández Noroña, para atacar a los candidatos rivales y en especial al más peligroso de todos, a Jesús Ortega, ex coordinador de los senadores del PRD y ex coordinador de campaña del propio López Obrador.

El presidente legítimo ha reclutado para la campaña de Encinas al propio René Bejarano, quien fue su secretario particular y que nominalmente ha sido expulsado del PRD por haber aceptado dinero del contratista Carlos Ahumada, pero que sigue controlando con su esposa Dolores Padierna a los grupos corporativistas más importantes del Distrito Federal.

De nada le ha servido a Ortega haber sido estrictamente leal a López Obrador durante la campaña del 2006 y las movilizaciones posteriores, entre ellas la toma del Paseo de la Reforma que tanto daño le hizo al PRD. El problema para López Obrador es que Ortega, y el resto del ala moderada del PRD, tienen una visión distinta a la del ex candidato presidencial, y el presidente legítimo no quiere a un presidente del partido que le genere problemas o cuestionamiento. López Obrador quiere tener al frente del PRD a un hombre de toda su confianza, a un político que haga todo lo que él ordene, a un verdadero pelele.

La cargada a favor de Encinas ha sido impresionante. Toda la maquinaria del presidente legítimo se ha desplegado en apoyo a su candidato. Ahora muchos perredistas se quieren lavar las manos de Bejarano, pero es claro que éste nunca ha dejado de desempeñar un papel importante en los operativos políticos del PRD. Lo curioso del caso es que a los miembros del PRD que pertenecen al ala moderada, como al senador Carlos Navarrete, se les están haciendo descuentos en sus ingresos para pagar los gastos de un aparato electoral destinado a derrotarlos en las urnas. Particularmente eficaz en el operativo político a favor de Encinas ha sido el apoyo de La Jornada, la Biblia de los perredistas.

Ortega ha tenido también respaldos importantes, entre ellos el de Lázaro Cárdenas Batel, el ex gobernador de Michoacán, pero estos miembros del PRD no controlan los aparatos corporativistas a los que tiene acceso López Obrador.

Como consecuencia de la cargada, Encinas se ha convertido en el favorito para ganar la elección del próximo 16 de marzo. Una encuesta del periódico Reforma señalaba que el candidato de López Obrador tenía el apoyo del 21 por ciento de la población en general, contra el 12 por ciento de Jesús Ortega; lo que es más importante es que contaba con la preferencia del 33 por ciento de los perredistas contra el 21 por ciento de Ortega. Si bien aún el 30 por ciento de los encuestados perredistas no expresaba su simpatía en esta encuesta, realizada entre el 16 y el 18 de febrero, la ventaja de Encinas era ya muy grande. Tendría que ocurrir una enorme sorpresa para que Ortega pudiera revertirla y alzarse con el triunfo.

Quizá López Obrador, como militante de un partido en pleno goce de sus facultades políticas, tenga todo el derecho a utilizar su considerable poder e influencias para buscar que un incondicional ocupe la presidencia nacional del partido clave en la izquierda nacional. No deja de ser inquietante, sin embargo, que en un momento en que él es solamente el "presidente legítimo", y no el constitucional, López Obrador esté recurriendo ya a todas las viejas prácticas del priismo para asegurar el triunfo de su candidato.

No hay mucha diferencia entre lo que está haciendo López Obrador y lo que hizo el presidente Felipe Calderón para colocar a la cabeza del PAN a un hombre de su confianza, Germán Martínez, o lo que durante tantas décadas hicieron los presidentes surgidos de las filas del PRI. De alguna manera esto nos dice cómo serían las cosas en este país si el presidente legítimo fuera también el presidente constitucional.


¿Y Marcelo?


Lo lógico es que tarde o temprano Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, se deslinde de López Obrador. Los dos, después de todo, tienen la ambición de llegar a la Presidencia de la República en el 2012; pero hasta ahora Ebrard ha mostrado una impecable lealtad al presidente legítimo. Es probable que ambos tengan un acuerdo para apoyarse mutuamente en el 2012, con lo cual decidirían -tal vez por encuestas en el 2011- quién sería el candidato a la Presidencia de su grupo. Habrá que ver si el acuerdo se sostiene. Por lo pronto resulta interesante ver que, hasta ahora, ni Ebrard ni ninguno de los miembros de su equipo han intervenido abiertamente en el proceso electoral interno del PRD. El jefe de Gobierno capitalino no ha querido, al parecer, quemar los puentes con los Chuchos, con los moderados, como lo ha hecho López Obrador.

Alberto Morales
El Universal

Sábado 01 de marzo de 2008


El Partido Alternativa Socialdemócrata logró en poco más de dos años de existencia reproducir las viejas prácticas de los partidos “tradicionales”.


A 30 días de que renueve su dirigencia nacional, los grupos encabezados por Patricia Mercado, ex candidata presidencial, y Alberto Begné, actual líder del partido, se encuentran inmersos en una guerra sucia y en las descalificaciones.

El proceso de renovación de las últimas semanas se ha caracterizado por agresiones verbales, golpes bajos, críticas e incluso amenazas.

Al anunciar su candidatura, Mercado responsabilizó a Begné de que el partido haya perdido el rumbo y de los malos resultados en los comicios de 2007.

La política sonorense lo acusó también de manejos poco transparentes en las finanzas.

En tanto, la corriente que apoya a Begné —quien busca reelegirse en el cargo— ha denunciado que los simpatizantes de Mercado están violentando el proceso de renovación de las dirigencias nacional y estatales.

El jueves, la ex candidata presidencial denunció que el diputado local Enrique Pérez Correa contrató a “porros” para impedir el registro de los Comités de Acción Política en el DF.

Ayer, un grupo de jóvenes que se presentaron como estudiantes irrumpió durante la Primera Asamblea de Jóvenes Socialdemócratas, para exigirle a Pérez Correa el pago de mil pesos por el “trabajo” —dijeron— de haber cerrado los centros de afiliación.

José Rivera Macías, quien se ostentó como “estudiante” e integrante de la Federación Estudiantil de Derecho de la UNAM, increpó a Pérez Correa.

Aseguró que por orden del legislador, un señor llamado “Raúl” los mandó a Milpa Alta, Coyoacán e Iztapalapa a cerrar los citados centros.

Rivera Macías forcejeó con los organizadores para ingresar al lugar donde se celebró el encuentro.

Tras lograr su cometido, afirmó que fueron contratados 80 estudiantes más, con la promesa de darles mil pesos a cada uno y un trabajo dentro del partido.

Pérez Correa se deslindó de las acusaciones de Mercado y de los presuntos estudiantes, al señalar que él no estuvo presente en ninguno de los 14 centros de afiliación. “No conozco a ninguno de los jóvenes”, agregó.

Aseguró que no utilizará el mismo esquema de Patricia Mercado, “de acusar a cualquier miembro del partido sin tener elemento alguno para sentenciar”. Añadió que la ex candidata “no sabe perder”.



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