¿Campañas antidemocráticas?

Por: León Krauze
Excelsior
Lunes 2 de octubre de 2006

El mundo vive inmerso en el culto a la personalidad. Es ésta la que define nuestra intención de voto. No votamos desde el cerebro, sino desde las entrañas. Y es justamente ahí donde entran las campañas negativas

Una de las quejas fundamentales de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador tiene que ver con la “guerra sucia mediática” a la que supuestamente fue sometido el candidato perredista durante la campaña presidencial. El argumento que me ha tocado escuchar es más o menos el siguiente: López Obrador fue víctima de un enorme complot nacido en Los Pinos y en las oficinas de las empresas más importantes del país y escenificado en las pantallas de las dos grandes televisoras privadas de México, previo acuerdo de la “ultraderecha” con los dueños de ambas compañías. En ese sentido —opinan— el complot resulta reprobable porque inclinó la balanza en favor del candidato del PAN mediante un ejercicio eminentemente antidemocrático. Quienes creen en el complot piensan que la campaña negativa que el electorado vio en la televisión mexicana durante un par de meses, es una práctica ajena a la normalidad democrática y, por ende, debería haber sido motivo de anulación de la elección. Para ventura del partido opositor, eso es justamente lo que ha ocurrido en los últimos meses.

Mis reparos frente a este discurso tienen que ver con en la idea misma de normalidad democrática o, mejor dicho, de la costumbre democrática, en nuestros tiempos. En el contexto mundial, ¿es realmente antidemocrático o inusual el uso de campañas negativas de publicidad política para persuadir al electorado? ¿Qué tan extraños son, en las grandes democracias, los ataques de índole personal entre candidatos? La historia reciente de las campañas electorales en varios países del primer mundo revela que las campañas negativas se han convertido en la principal herramienta de proselitismo político en el mundo.

Naturalmente, el caso más notorio es el de Estados Unidos. Al menos desde hace 20 años, la política estadunidense se ha movido al ritmo de las campañas negativas. Las campañas negativas han sido, sobre todo, la especialidad del Partido Republicano. Todos los aspirantes demócratas, desde Michael Dukakis hasta John Kerry, han tenido que tolerar ataques cada vez más incendiarios a su historial político y a su vida personal. Justamente, lo mismo está ocurriendo ahora, en los meses previos a la elección de medio término en Estados Unidos.

De acuerdo con The New York Times, los estrategas del Partido Republicano se han dedicado durante casi un año a sacar al sol los trapitos de sus rivales demócratas: “Estos candidatos (los demócratas) han hecho otras cosas (antes de la política). Y no saben lo que les espera”, explicaba al diario hace unos días Thomas Reynolds, del Comité del Congreso Republicano. Cuando el reportero le preguntó a Reynolds por qué no se concentraba en difundir publicidad positiva sobre sus propios candidatos antes que echar tierra a los rivales, respondió que si las campañas optimistas “movieran las cosas al grado que lo hacen los anuncios negativos”, habría más anuncios positivos.

Y esa es la lección que han aprendido los republicanos tras la publicación de sus anuncios negativos: estas campañas funcionan. El mundo vive inmerso en el culto a la personalidad. Es la personalidad la que define nuestra intención de voto. El asunto está clar no votamos desde el cerebro, lo hacemos desde las entrañas. Y es justo ahí donde entran en juego las campañas negativas: en la definición de la personalidad. Es por eso que este tipo de estrategia publicitaria se ha convertido en un arma indispensable —y normal— en la lucha política en las democracias contemporáneas.

¿Qué tanto daño han hecho las campañas negativas en Estados Unidos, México y el resto del mundo, a ese mismo ejercicio democrático? Está claro que la normalidad no equivale a lo ideal. En efecto, en un mundo distinto —más culto, más informado, menos frívolo— las campañas negativas deberían ser obsoletas.

La decisión del electorado no debería partir de datos como la historia marital o la simpatía personal de éste o aquel candidato, sino de sus virtudes políticas.

Pero eso es mucho pedir. Después de todo, desmontar, de manera astuta y sagaz, la credibilidad del adversario siempre ha sido una de las piedras angulares de la política.

En su libro Poison politics: are negative campaigns destroying democracy, Víctor Kamber explica: “Los puristas creen que las campañas negativas están destruyendo a la democracia. Tienen cierta razón. Desafortunadamente, también creen que la democracia alguna vez vivió una época de retórica iluminada”. Y esa es la verdad. Sí: las campañas negativas son criticables, incluso despreciables, pero también son parte indispensable del ejercicio democrático de nuestro tiempo —y de cualquier otra época—. Quien no sepa lidiar con ellas, que se dedique a otra cosa.

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