País Tribal | Denise Dresser

Reforma 14 de Agosto de 2006
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Pacíficos contra violentos. Panistas contra perredistas. Privilegiados contra pobres. Comprometidos contra vendidos. Quienes piensan que la elección fue inmaculada y quienes hablan del fraude monumental. Quienes insisten en que las instituciones son perfectas y quienes insisten en su refundación total. Quienes creen en el Trife y quienes se aprestan a denunciarlo. Dos bandos atrincherados; dos polos monocromáticos; dos formas diferentes de ver al país ahora en pugna. Los que odian a AMLO y los que estarían dispuestos a dar la vida por él. Los que apoyan a Felipe Calderón y los que jamás aceptarán que sea Presidente. Peleando, denunciando, marchando, confrontando. Incondicionales de la causa por la que luchan con tanto frenesí. El México tribal atrapado en un plantón mental.
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A la vista de todos, día tras día. En los campamentos y en el Congreso; en los discursos y en las diatribas; en el recuento de los votos y en la disputa sobre los resultados que arroja. Versiones encontradas que harán difícil llegar a una verdad compartida. Visiones enfrentadas que harán imposible la construcción de consensos necesarios. Correos electrónicos cargados de reclamos, repletos de insultos, llenos de odio. Pancartas y panfletos y desplegados usados como armas en una batalla campal. Los fanatismos cultivados dentro de un bando y alimentados por el otro. Creando un país donde se ha vuelto difícil expresar una opinión sin ser acribillado por ella; donde se ha vuelto un reto entender al contrario y aceptarlo. Una zona de guerra donde impera el estilo sunni-shiita de hacer política y también de rechazarla.
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Hoy el destino de México está determinado por políticos que le apuestan a la polarización y creen que pueden imponerse a través de ella. El PAN apelando a los pacíficos y AMLO amenazando con despertar a los violentos. El PAN invocando el Estado de Derecho y el PRD poniendo en duda su existencia. Calderón hablando del enloquecimiento de su contrincante y López Obrador recordándole cuán pelele es. Calderón actuando dentro de instituciones "impolutas" y López Obrador cuestionando la imparcialidad de su actuación. Calderón iniciando una gira de agradecimiento para los panistas y López Obrador iniciando una insurrección para deshacerse de ellos. Ambos tejiendo ataduras viscerales a su posición; ambos construyendo comunidades de creyentes, cuya fe se vuelve una versión mexicana de tribalismo.
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Ese tribalismo belicoso que parte a la población en buenos y malos; que separa a los ciudadanos en puros o impuros; que califica a los que están con la causa y los que la han traicionado. Ese sistema de clasificación que corre en sentido contrario a la nacionalidad compartida por millones de personas. Esa forma perversa de dividir a los mexicanos en función del candidato presidencial al cual han decidido apoyar. Esa miniaturización de los hombres que el Premio Nobel Amartya Sen tanto critica en su nuevo libro Identity and Violence. Esa apuesta a una identidad única y beligerante, componente crucial de la política entendida como un ejercicio de artes marciales, cuyo único objetivo es la confrontación sin fin. Esa reducción de la mexicanidad que tanto los panistas como los lopezobradoristas se han empeñado en llevar a cabo.
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Unos y otros, convencidos de que la única forma de generar adeptos y conservarlos es a través de la estridencia o el odio o la descalificación. Unos y otros, instigando el sentido de pertenencia apasionada a un grupo para justificar el maltrato al otro. Unos y otros, convencidos de que la única manera de romper el impasse actual es a través de la aniquilación total del adversario. La destrucción de AMLO o la destrucción del sistema. El aplauso para las instituciones electorales perfectas o el ataque incesante para asegurar su desacreditación. El recuento parcial que revela una elección avalada hasta por el Papa o el recuento total cuyo objetivo -cada día más claro- es la anulación. Nadie quiere ceder, porque tanto Calderón como AMLO han creado una situación donde sería visto como señal de debilidad hacerlo. Nadie quiere alejarse del abismo, porque entrañaría reconocer las posiciones válidas del adversario y antes preferirían tirarse a la barranca con él.
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Y por ello el encono sigue junto con las justificaciones que lo acompañan. Como el enemigo es tan vicioso, se vale ser vicioso también. Como el bien del país está en la balanza, se vale emprender desafueros o acampar en Reforma o pagar "spots" incendiarios o insultar a los magistrados del Trife. Como la victoria total está en juego, se vale usar la retórica más rabiosa -"un peligro para México" o "no es una amenaza pero no nos vamos a dejar"- con la idea de eventualmente regresar a posiciones moderadas, que dicen todavía tener. Los acólitos de un lado y los apóstoles del otro, pareciéndose, mimetizándose. Argumentando que el fin justifica los medios, sin darse cuenta de que los medios están determinando el fin. Quienes comenzaron con creencias razonables han dejado que esas creencias los lleven a apoyar causas y personas que ya no lo son. Su afiliación apasionada ha llevado a la malicia y la malicia los ha vuelto extremista
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Extremistas que poco se parecen a las personas que antes entendíamos y respetábamos. Extremistas a los cuales será necesario recordarles -a diario- que el país viene antes que el hombre o el partido o la causa o la defensa del statu quo. Extremistas de un lado y del otro, lleno de una pasión encomiable pero también presas de un veneno condenable. Ante ellos sí va a ser necesaria una insurrección. Una insurrección de la razón. Una pelea justa, necesaria, impostergable, histórica. La responsabilidad de elegir un país moderno en vez de un país tribal. El reto de construir un país democrático sin destruirlo primero. La tarea de reconocer, valorar y defender que por el bien de todos, primero el país.
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Y la lucha por todo lo que se tendrá que hacer para cambiarlo. Por la representación política real a través de la reelección legislativa, y otros instrumentos que permitan la rendición de cuentas. Por la refundación de una clase política tan rapaz como los privilegiados que tanto critica. Por una política económica que ponga a los pobres primero, sin crucificar a quienes no lo son. Por una política social que reduzca las asimetrías condenables que tantos ignoran. Todo aquello por lo cual sí vale la pena luchar, marchar, movilizar. La humanidad compartida de los mexicanos que se merecen más que un país tribal. Porque como se preguntara Gandhi: "Imaginar una nación entera rota a pedazos; ¿cómo hacer entonces una nación?".

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