La Locura

Ezra Shabot
Reforma
28 de julio de 2006


Los intelectuales orgánicos se incorporan a la masa que obedece ciegamente consignas sin medir las consecuencias. Perdieron la elección y la razón


La lucha por el poder tiene características que en ocasiones derivan en la pérdida de la razón y en una abstracción de la realidad propia del pensamiento totalitario. La derrota en un proceso electoral enormemente competido pone a prueba las instituciones de la democracia, pero también el temple y la responsabilidad de aquellos políticos que, sintiéndose seguros ganadores, se ven obligados a enfrentar una realidad adversa. La candidatura de López Obrador se fue construyendo desde el 2000, cuando su triunfo en la capital del país se combinaba con una derrota estrepitosa de Cuauhtémoc Cárdenas y con ello concluía el dominio de éste sobre su partido.

Toda la gestión de Andrés Manuel al frente del Distrito Federal estuvo guiada por la lógica de la candidatura presidencial. Las críticas a Fox, la construcción del segundo piso del periférico junto con una buena dosis de corrupción por parte de los constructores, su defensa frente a los videoescándalos, los apoyos a traficantes de arte convertidos en beneficiarios del presupuesto capitalino, y el desprecio por la ley en el caso del desafuero, todos y cada uno de estos eventos tenían en la mente de AMLO un solo objetivo: la Presidencia de la República. Poco a poco, fue copando los espacios dentro de su partido, convirtiendo el asunto de los videoescándalos en el instrumento idóneo para deshacerse de sus oponentes cardenistas, especialmente Rosario Robles.

De una u otra forma, Andrés Manuel se convirtió en el único factor de poder dentro y fuera del PRD. La torpe estrategia del gobierno de Fox al enfrentar el asunto del desafuero, no sólo reforzó la popularidad del tabasqueño, sino abrió las puertas de un proceso de gran riesgo para la sociedad mexicana en su conjunto: la construcción del culto a la personalidad y el martirio como proyecto político personal. A partir de este momento, la separación de la realidad se fue produciendo paso a paso. La teoría de la conspiración fue sustituyendo al principio fundamental de la lucha política en donde los adversarios hacen todo lo posible por desacreditar uno a otro, para finalmente llegar a acuerdos a partir de los resultados obtenidos en las elecciones.

Las fuerzas del bien, construidas alrededor de López Obrador, se enfrentaron una y otra vez a la conspiración de la derecha, Salinas, los ricos encabezados por Roberto Hernández, los medios de comunicación controlados por los privilegiados (a excepción de La Jornada, quien diariamente expresa la pureza de la verdad revelada por el caudillo) quienes, en un acuerdo secreto, pactaron la destrucción del representante de los pobres. Este pensamiento, que recuerda la lógica del nazismo y el estalinismo, tuvo su punto más álgido en el momento en que la elección presidencial le fue adversa al caudillo por menos de un punto porcentual.

En ese momento, a los conspiradores anteriores se les unieron los encuestadores, el IFE, los funcionarios y los propios representantes del PRD en las casillas, todos los comunicadores no dispuestos a repetir la consigna del fraude electoral, y próximamente el Tribunal Electoral.

La masa convocada en el zócalo, inflamada por el discurso del caudillo que le habla, le pregunta y recibe siempre la respuesta adecuada a sus deseos, entra en el proceso de enloquecimiento total. A este fenómeno de delirio colectivo, hay que incorporar a los intelectuales orgánicos incapaces de discernir entre la realidad y el deseo propio, y quienes, al carecer del más mínimo sentido de la crítica, se unen al coro de creyentes dispuestos a ofrendar su conciencia por la causa. En este escenario no hay lugar para aceptar responsabilidad alguna. Los que atacaron físicamente a Calderón lo hicieron, o por culpa del propio candidato de la derecha, quien no acepta el recuento voto por voto, o porque eran agentes infiltrados del enemigo.

Los mismos argumentos de los nazis cuando incendiaron el Reichstag y culparon a los comunistas. La locura ha llegado y puede destruirnos.

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