AMLO: víctima del éxito

Leo Zuckermann
Juegos de poder
leo.zuckermann@cide.edu
Excelsior

Septiembre 8 de 2006


La última vez que López Obrador mandó algo al diablo fue a las encuestas. Y así le fue. Como no podía creer que el candidato del PAN, a quien siempre desdeñó, pudiera haberlo alcanzado y rebasado, simplemente rechazó la realidad y tildó a los encuestadores de vendidos. Esto lo llevó, a su vez, a cometer errores que a la postre le costaron la elección.

En la mente de AMLO nunca cupo la posibilidad de que pudiera perder ni admitió que sus errores generaran efectos negativos en el electorado ni que sus adversarios tuvieran aciertos. Con arrogancia, él se sentía el vencedor indiscutible de la elección presidencial desde cuando ganó la partida política del desafuero.

El 27 de abril de 2005 fue su momento de mayor gloria, cuando el gobierno anunció que daría marcha atrás en su intento por inhabilitarlo políticamente, debido al endeble asunto de El Encino. Su estrategia había sido un éxito en la opinión pública, la vía judicial y la prensa internacional. AMLO estaba en los cuernos de la luna. Le había ganado al presidente Fox quien, al recular, había demostrado una vez más su proverbial incapacidad política.

A partir de entonces, el tabasqueño se subió al pedestal y menospreció a sus adversarios políticos. El ya había ganado. La elección era un mero trámite. Esto se los trasmitió a sus más allegados. En sus artículos, Federico Arreola se regodeaba de la victoria inminente: no se hagan bolas, "ya ganamos".

Fox, con todo el aparato de Estado a su disposición, no podía vencerlos. El ranchero era un limitado de la política. A Creel, el fallido secretario de Gobernación, se lo tragarían de un bocado. ¿Y cuando salió el señor Calderón? Pues ni tomarlo en cuenta: demasiado joven, inexperto, pequeñito, un monaguillo de Morelia. Todo estaba listo para la victoria.

La arrogancia que ciega. AMLO fue la víctima del éxito del desafuero. Esto, en la política, se ha visto muchas veces: personajes que ganan una batalla importantísima, se piensan entonces invencibles y creen que la guerra está ganada; desdeñan a sus adversarios, se duermen en sus laureles y cometen graves errores que, a la postre, los llevan a la derrota.

"Soy indestructible", repetía una y otra vez AMLO. Sus seguidores se lo creyeron y, hasta el mismísimo día de las elecciones, estaban convencidos de que ganarían. Los primeros resultados les cayeron como balde de agua fría. ¿Cómo? ¿Había ganado el gris del señor Calderón? ¿El que nunca ha gobernado nada? ¿A quien apoyó el torpe del presidente Fox?

¿A ellos? ¿A los que con tanta gloria habían ganado la partida del desafuero? ¿A AMLO? ¿Al mayor genio político que ha producido México en varios lustros? No, esto era impensable. Imposible: no estaba en el guión de Mandoki. Detrás del sorprendente resultado había una mano peluda que lo había manipulado todo.

Y ahí sigue AMLO. Víctima del éxito del desafuero, de sus glorias pasadas, quien todavía piensa que puede ganar la guerra. Ahora, como lo hizo con las encuestas, manda al diablo a las instituciones. Cree que puede tirar de la silla presidencial a Calderón para, algún día, sentarse él en ella. Lo distinto es que hoy, a diferencia del desafuero, va perdiendo en la opinión pública, en la vía judicial y en la prensa internacional.

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