Relámpago de rencor

Por: Luis de la Barreda Solórzano
La Crónica de Hoy
Viernes 8 de Septiembre de 2006 Hora de publicación: 00:47

Estaba ebrio de victoria.

Nos inundaron su firmeza y su fe.
Nadie ni por un segundo pensó que estuviera loco.
Jorge Luis Borges

PRESIDENTE ELECTO. Felipe Calderón pronunció un discurso en el que, por una parte, llamó a todos los ex candidatos al diálogo y la conciliación, y, por otra, identificó y se comprometió a combatir prioritariamente tres problemas capitales de México: la pobreza, el desempleo y la inseguridad. Es un buen inicio, en el que se conjugan la prudencia, la tolerancia y la fijación de objetivos centrales. Si el próximo gobierno lograra avances sustanciales en esos rubros, millones de mexicanos mejorarían su calidad de vida. Por supuesto, no es lo mismo señalar males que tomar las medidas acertadas para enfrentarlos. Tales medidas son necesarias pero no siempre suficientes: su éxito depende en buena dosis de las circunstancias que se presenten y de los siempre volubles e imprevisibles vientos del azar. Esperemos que unas y otros sean propicios y que el futuro Presidente acierte en las acciones idóneas.

No todos los ex aspirantes derrotados aceptan la mano tendida. Andrés Manuel López Obrador insiste en desconocer la victoria de Felipe Calderón a pesar que desde la noche misma de la jornada electoral supo que había perdido. Por eso se arrogó la victoria sin exhibir nunca pruebas que sustentaran su anuncio. No se supo jamás de dónde sacó el dato del medio millón de sufragios a su favor. Quedó evidenciado que mintió al acusar que había votos extraviados en el PREP. Sabía que estaban en un archivo especial. Tuvo que desdecirse respecto del supuesto fraude cibernético, que luego transformó en fraude a la antigüita, es decir en las papeletas, no obstante que en la elección, sin incidentes considerables, participaron 919,575 ciudadanos (no funcionarios) y todos los partidos tuvieron representación en las urnas.

En tales condiciones, ¿cómo podía perpetrarse un fraude? ¡Ah, López Obrador ideó una respuesta! Calumnió a los representantes de su coalición de haberse vendido sin precisar un solo caso, sin señalar un solo indicio. Más adelante empleó la misma fórmula vaga, sin un solo señalamiento preciso, al acusar intentos de soborno a los magistrados del tribunal electoral. No se molestó en ofrecer nombres ni pruebas. Si el líder impoluto, así esté rodeado de subalternos asaz polutos, habla de corruptelas y traiciones, hay que creerle sin chistar. Para coaccionar al tribunal su coalición bloqueó las calles de Madero y Juárez y el Paseo de la Reforma, vías de enorme significado, importancia y funcionalidad. Sin esperar la resolución judicial llamó a una convención de incondicionales —que ha de reunirse el mismo día que debe celebrarse el desfile militar conmemorativo de la independencia nacional—, ante la cual, anticipó, prevé autoproclamarse presidente paralelo. (Su Alteza Inserenísima, le llamó ingeniosamente Raúl Trejo Delarbre). Descalificó a los medios de comunicación que no festinan sus actos de resistencia civil ni avalan su versión del fraude —es decir, a todos los diarios, revistas y noticieros, salvo un par de ellos—. Se mostró presa de brotes esquizofrénicos: deliró que el poder judicial en su conjunto —sí, todos los jueces y magistrados del país— está al servicio de Diego Fernández de Cevallos, y el poder ejecutivo al de Roberto Hernández —los odios que le obseden han llegado a hacerlo alucinar: el sueño de la sinrazón suele engendrar monstruos—. Aplaudió a los diputados y senadores que por la fuerza impidieron que el Presidente Fox subiera a la tribuna del Congreso de la Unión a leer el mensaje político de su informe.

Trazó el mejor perfil de sí mismo al exclamar —el gesto contorsionado—: “¡Al diablo las instituciones!”, soslayando que su movimiento se sostiene básicamente con dineros institucionales. Ese anatema lo retrata. En efecto, el tabasqueño ha dado abundantes muestras de: a) su debilidad por quienes actúan en los márgenes del marco legal —vendedores ambulantes, taxistas piratas, precaristas, panchos villas, operadores políticos que obtienen dinero para la causa mediante extorsiones—, y b) su profundo desprecio por la ley, la transparencia en la gestión pública, las resoluciones judiciales, el juicio de amparo y los procedimientos para hacer justicia propios del Estado de Derecho. Al respecto, lo más espeluznante fue su actitud ante los numerosos linchamientos ocurridos durante su gestión como Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Su gobierno no persiguió ninguno de esos crímenes gravísimos. Más aún: López Obrador pareció no sólo justificarlos sino mistificarlos al sentenciar que eran expresiones del México profundo, y que con los usos y costumbres del pueblo era mejor no meterse.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Incluso prescindiendo del hecho que la elección fue organizada y supervisada por casi un millón de ciudadanos, y avalada por los observadores internacionales, un solo apunte basta para echar por tierra el vocinglero alegato de fraude: la revisión de 12,000 urnas impugnadas por la coalición de López —ordenada por el tribunal electoral— significó una muestra (9% del total) tomada en lugares donde Calderón obtuvo la mayor votación. Si fuera cierto el gigantesco fraude, en esa muestra se hubieran encontrado los indicios. En cambio, se confirmaron las tendencias informadas por el Instituto Federal Electoral. ¿Fraude sólo en la elección presidencial pero no en la de diputados federales, senadores y Jefe de Gobierno del Distrito Federal, a pesar de que se trató de la misma elección, los mismos organizadores y los mismos representantes de los partidos? ¡Vive Dios! ¿Voto por voto? Sí, desde luego, y así se contaron el día de la elección por parte de casi un millón de ciudadanos. Pregunta con cinismo el cacique perredista: “¿Por qué no recontarlos? ¿A qué temerle?”. Respondo: claro que es de temerse que el cumplimiento de la ley quede subordinado al capricho de un demagogo. La coalición de López no impugnó todas las casillas sino tan sólo un mínimo porcentaje. Su cantaleta “voto por voto” no se compadece de su propio planteamiento ante el tribunal electoral. Recordemos que el caudillo dijo que aun si se recontaran todos los votos no reconocería el triunfo de Calderón. La razón es una sinrazón: el triunfo de su adversario era, según él, moralmente imposible.

En un espléndido artículo publicado por El País, Enrique Krauze advierte que López Obrador utiliza la retórica de la democracia para intentar acabar con la democracia en México. Creo que, afortunadamente, el caudillo no se saldrá con la suya. Y creo que lo sabe. De ahí sus crecientes manifestaciones de desmesura y desquiciamiento, sus cada vez más agresivas fulminaciones —clasistas, fascistas, racistas, tilda a sus críticos con primitivo maniqueísmo— contra toda expresión ciudadana que no sea tributo de incondicionalidad a sus desplantes. No rayito de esperanza según su célebre autodefinición, sino trueno de frustración resentida, relámpago de rencor desatado.

ldelabarreda@icesi.org.mx

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