El loco en la montaña

Germán Dehesa
Miercoles 6 de septiembre de 2006
Reforma

Las montañas, según es fama, pueden ser de origen volcánico, o formarse por reacomodos en la siempre difícil piel del mundo. Existen también montañas que se van formando por la acumulación del polvo y los desechos humanos. Son estas montañas las que cubren y encubren las ruinas de civilizaciones que alguna vez se sintieron inmortales, eternas y memorables.

Dicho esto, imaginemos una montaña que se ha ido formando ante nuestros ojos. Ni en su origen, ni en su actual estado ha tenido la menor gracia. Es una desgraciada montaña que, día a día, fue incorporándose al aceptado paisaje de los lugareños. La montaña ya era parte de la "normalidad".

No hace mucho, apareció encaramado en la cumbre misma, un extraño personaje que desde ahí comenzó a predicar. Había verdad en sus palabras y su historia y su conducta en la intimidad de su ser eran intachables. Poco a poco, fueron presentándose hombres y mujeres que oyeron esas ardientes palabras que denunciaban la total anormalidad de esa normalidad que se fundaba en frases ignominiosas y terribles: "siempre habrá pobres"... "la verdadera justicia se hará en otro mundo"... "si no hubiera pobres, ¿qué haríamos con nuestros buenos sentimientos?"... "los pobres aguantan todo porque saben que la mansedumbre los hace humildes y gratos a los ojos de Dios; si hasta envidia me dan." El loco hablaba de estas cosas y sus palabras destruían estos falsos mandamientos y predicaban la rebeldía y la urgencia de la transformación. Cuando los habitantes de la comarca se dieron cuenta, ya eran miles los que acudían a la montaña y descubrían que su ira, su molestia, su dolor de vivir eran legítimos. Impasible, el loco seguía hablando y los comarcanos pensaron en el modo de hacer rentable esa locura: la convirtieron en noticia y mostraron al loco como una suerte de fenómeno de feria interesante y hasta divertido.

Todo esto cambió cuando el loco anunció su intención de gobernar la comarca. Esto sí ya es intolerable, se decían los jerarcas de la normalidad; ha llegado la hora de detenerlo; así empezó Hitler. El pequeño personaje que por entonces cogobernaba con su señora la comarca decidió concentrar en el loco el odio que su propia impotencia le provocaba. Lo persiguió, lo hostilizó, lo hostigó y al hacer todo esto, jamás percibió que él también era un loco pero del peor tipo: un loco que nunca se da cuenta de que lo está.

Había inquietud en la comarca. Otros también querían gobernarla. Mucho tiempo pasó, pero el loco (cuya visibilidad era inevitable puesto que estaba sobre la montaña) persistía y aguantaba todos los ataques que a diario se organizaban contra él. Ya no era divertido y comenzó a cometer errores. La persecución no cejaba: ¡es un peligro para la comarca!, se convirtió en la consigna de las buenas conciencias. Llegó el momento de elegir: el loco perdió, se inconformó y se volvió (quizá lo volvieron) verdaderamente loco.

Felipe: tuya es la victoria. Podrás quizá deshacerte del loco. La montaña formada por el cúmulo de dolores, de injusticias, de deudas sociales incumplidas, de miserias indescriptibles, de mujeres, niños y hombres sometidos a inhumanas condenas, de las inconfesables complicidades de unos cuantos que se quedan con todo y de penas sobre penas; la montaña, Felipe, ahí sigue y se ha puesto en movimiento. Descubrirás, todos descubriremos, que el loco era lo menos importante, aunque ha movido montañas. Ésta, la montaña, es la importante. Ésta brutal montaña de miseria, de injusticia, de explotación es la que tendremos que enfrentar. Tiempo transcurrido. A todos nos llegó la hora.

¿QUÉ TAL DURMIÓ? DCCCLXXIV (874)Peña Nieto informa que es hora de conciliación. Ésta, mi buen Jimmy Neutrón, pasa por la justicia y por tu papá MONTIEL.

Cualquier correspondencia con esta columna con mal de montaña, favor de dirigirla a german@plazadelangel.com.mx (D.R)

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