AMLO vs PRD

Artículo altamente recomendable

Jorge Alcocer V.
Reforma
Martes 12 de septiembre de 2006


Pretender educar a Andrés Manuel López Obrador en los valores de la democracia resulta tiempo perdido. La trayectoria del tabasqueño ha discurrido por veredas distintas.

Andrés Manuel es producto del conflicto, ése es su ambiente, en él se sabe conducir como pocos y sin él sus limitaciones y carencias salen a la luz, mostrando a un personaje carente de las dotes propias del político que se sabe sujeto a las reglas y sometido a los límites que supone la democracia.

Por negarse a respetar las reglas del juego y brincarse las jerarquías rompió la cuna priista en su natal Tabasco. Cuando las puertas del PRI se le volvieron a cerrar, emigró a las filas del naciente PRD para ser postulado, de inmediato, candidato a gobernador. No lo distinguió entonces, como no lo distingue ahora, su conocimiento de las normas, instituciones y prácticas electorales, sino su férrea voluntad de levantar un movimiento que le reconociera calidad de líder indiscutible.

Su ascenso en el PRD no fue producto de aportaciones a la construcción del naciente partido, sino de sus frecuentes actos de protesta en el terruño tropical, que merecieron primeras planas en los diarios capitalinos, llamando la atención de quien se convirtió, desde entonces, en su tutor y protector, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, que lo propuso en su lugar, en noviembre de 1990, como primer presidente nacional del partido del sol azteca.

Como líder del PRD en Tabasco, Andrés Manuel se ganó un sitio público. Después de su segundo intento, en 1994, por llegar a la Quinta Grijalva, movilizaciones y actos de protesta lo llevaron al plano nacional. La defensa que de su causa hicieron dos consejeros ciudadanos del IFE, Santiago Creel y José Agustín Ortiz Pinchetti, generó la convicción, en un amplio segmento de la opinión pública, de que López Obrador había sido víctima de un fraude electoral.

Con esa aureola vino a radicar al Distrito Federal y se incorporó a la dirección nacional del PRD. En 1996, impulsado por Cárdenas, se inscribió como aspirante a presidente nacional de su partido, teniendo como principal contrincante a Heberto Castillo al que apabulló mediante prácticas que el propio Heberto calificó de fraudulentas. De tal acusación Andrés Manuel tomó desquite un año más tarde cuando, ya siendo presidente del PRD, negó su respaldo al ex dirigente del 68 y fundador del PMT en su pretensión de encabezar la bancada perredista en el Senado.

Dos hechos marcaron su paso por la presidencia perredista: la reforma electoral de 1996, a la que otorgó su aval, y su postulación, para las elecciones de 2000, como candidato a jefe de Gobierno del DF, sin reunir los requisitos legales, cerrando el camino a Porfirio Muñoz Ledo, quien con tal motivo renunció al PRD y aceptó la candidatura presidencial del PARM. La historia posterior es conocida y explica, en buena parte, al López Obrador de hoy.

Quien el próximo domingo se hará proclamar "Presidente alterno" o "jefe de la resistencia", en el canto del cisne de un movimiento que merecía mejor destino, es incapaz de concebir y articular el tránsito del PRD al ejercicio del papel que los electores le otorgaron el 2 de julio pasado. El Andrés Manuel de hoy no se concibe a sí mismo como dirigente de su partido, tampoco, por ahora, como candidato presidencial en 2012, sino como motor y bujía del movimiento perpetuo cuyo objetivo único es hacer imposible al legítimo ganador de la elección presidencial ejercer su mandato constitucional.

Como lo ha manifestado, su propósito no es reformar las instituciones que él mismo contribuyó a crear, sino acabar con ellas para sobre las ruinas ver surgir las que concibe como fiel reflejo de su visión autoritaria. Nada tiene que ver el Andrés Manuel de hoy con la historia y pensamiento de la izquierda, mucho menos con la historia reciente de sus expresiones reformadoras en México; su raíz y razón están en la ilógica reminiscencia del pueblo en armas que los generales de la revolución mexicana representaban, fraccionados y confrontados, en la Convención de Aguascalientes de 1914.

La batalla que dará inicio a partir del sábado 16 es AMLO vs. PRD, partido al que mantiene sometido bajo un régimen de terror verbal en el que la crítica y la autocrítica no tienen espacio. Es el síndrome Barzini (recuérdese la cinta el Padrino I): quien proponga el diálogo y la negociación es el traidor. La retirada del Zócalo y Reforma es presentada como repliegue táctico para hacer cumplir, en el resto del país, las decisiones que dicte a la quimérica convención a la que ha convocado.

Queda por ver la respuesta de los dirigentes perredistas, de sus legisladores, gobernadores y alcaldes, parte integrante de las instituciones enviadas al diablo por Andrés Manuel. Tendrán que optar entre la ciega disciplina al caudillo tronante o la lealtad a la democracia que les permite tener voz y voto en esas mismas instituciones.

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