Comisario del pueblo

Eduardo Valle
El Universal
9 de septiembre de 2006

La crítica intelectual y política, con el marxismo partidario de aquellos años, la encabezó Enrique Semo. ¿El antecedente más original y poderoso?; dos escritos de José Revueltas: Una democracia bárbara y el libro Un proletariado sin cabeza . La Revolución mexicana era "democrático-burguesa" y una de sus versiones progresistas (el lombardismo: hay que formar un frente progresista y popular, encabezado por la burguesía nacionalista) era sólo una máscara más. Lo necesario, exclamaron los izquierdistas de confrontación, era "una nueva revolución". Para el XIII Congreso del Partido Comunista Mexicano, principios de la década de los sesenta, ya se podía iniciar el siguiente salto: la Revolución Socialista. El problema era, nada más pero nada menos, la relación de fuerzas.

El "partido" -el PCM-, para estas fechas, apenas si tenía influencia en el movimiento campesino, en el magisterio y algunos sindicatos. Y cierta presencia entre la élite intelectual. Vivía en la semiclandestinidad. La "dictadura perfecta" podía ser dura con los subversivos y alborotadores, comunistas o no. Como los demócratas encabezados por Salvador Nava, aplastados en esos años en San Luis Potosí por las fuerzas armadas y el aparato judicial.

Para qué hablar de los movimientos insolentes de campesinos, ferrocarrileros, telegrafistas, electricistas, maestros y hasta doctores. Con un formidable control de las llaves del poder, el Ogro Filantrópico, bautizado así por Octavio Paz, podía dominar el curso de la historia. Más aún dada la profunda alianza estratégica con Washington. Podía ser un Estado "nacionalista-revolucionario" y generar "gobiernos de izquierda dentro de la Constitución", aun en tiempos de la Guerra Fría, la efervescencia anticolonial y la irrupción de la primaria Revolución Cubana. ¡Viva México!; ¡viva la Revolución! Y, sobre todo, ¡Viva el señor Presidente de la República! Humanista y patriota. Y al que no le guste lo encerramos, lo exiliamos o lo enterramos.

Hasta que aparecieron en la escena política los hijos legítimos de la Revolución mexicana, los privilegiados estudiantes, influenciados por Zapata y Villa, Vallejo y Campa, y el Che Guevara. 1968: libertades democráticas. Las fechas símbolo son conocidas: van de julio a diciembre del 68. ¡Hasta el mes de diciembre!, increíble, a pesar del 2 de octubre de 1968. Libertades democráticas, es decir, la reforma del Estado, su democratización, empezando por la anulación práctica de la versión mexicana del culto a la personalidad: el señorpresidentismo. La reforma sólo podría lograrse con métodos políticos de ruptura, radicales, revolucionarios. Pero aun con esto en la conciencia de los activistas, todo fue insuficiente; la élite en el poder, con un Ministerio Público de rancho en Los Pinos, aplicó un estado de excepción de facto. Y destrozó con fuego y silenció a esa generación rebelde; pero no una, dos veces. Luis Echeverría preparó la masacre del Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971. A los dos señores presidentes les acompañó el Partido Revolucionario Institucional y sus cuadros; incluyendo, quién lo dijera, a varios de quienes hoy elaboran teoría y argumentos para el "movimiento de la resistencia pacífica". Porfirio Muñoz Ledo es un caso extremo, pero hay otros, quienes continuaron sirviendo y ascendiendo en la nomenklatura priísta. Hasta que el queso se acabó. Y así cambiaron de barco.

De 1971 a 1985 ocurrieron los años de la más brutal violencia subterránea contra los disidentes armados. Aun cuando el Estado comenzaba a trabarse y desnudarse, a pesar de que había prometido "administrar la abundancia", gracias al crudo petrolero, cuyas enormes reservas ya podían hacerse públicas. Pero, más importante, se inició la construcción de un movimiento reformista al interior de la izquierda: radical en su lenguaje y sus gestos. Pero reformista en serio, hasta en programa, al fin y al cabo. Frente a la disyuntiva "reforma o revolución", la izquierda escogió bien: había que actuar buscando una reforma democratizadora del conjunto del Estado. Costaba y mucho; pero ese era el camino más fértil. Cuando ocurre el terremoto de 1985, el Estado mexicano muestra su tragicómica distancia con los ciudadanos. Surge la "sociedad civil", la cual coincide sin problemas: reforma democrática, tan radical como sea necesaria. Pero sólo reforma. De manera nada casual los panistas e izquierdistas reconocen un propósito común: la reforma democrática del Estado. Del otro lado: los priístas, en cuyas manos todavía se encontraba la administración del poder.

Todavía Carlos Salinas de Gortari tendría la enorme capacidad de conducir al sector moderno de la sociedad a la globalización. Pero aun antes de la toma de posesión, su futuro gobierno estaría marcado por la ruptura: el reto cardenista. ¡Caramba!, el PARM y el PST abrieron en 1988 la puerta para la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, a la cual se sumarían después, con gran sensibilidad e inteligencia política, Heberto Castillo y el Partido Mexicano Socialista. Y luego, en meses, comenzó la debacle de la izquierda. La moral. No la política, la cual se manifestó hasta 1994. Cuando la violencia política llegó a las puertas de palacio. En 1988 se olía el gobierno y, como ahora en 2006, las figuras del PRD se repartieron a destiempo las posiciones. Y peor, se creó la versión stalino-priísta del "líder moral". El cargo honorario lo ocupó Cárdenas hasta que fue defenestrado por un nuevo líder, ahora sí, caudillo. Lo importante ahora, en la versión saltapatrás del culto a la personalidad, es "el líder".

Así se creó y desarrolló el Partido de la Revolución Democrática. Insisto, es la versión saltapatrás y corrupta del "izquierdismo" mexicano. Y ahora se demuestra en forma plena: lo esencial es "el líder": un exiliado priísta rodeado de exiliados priístas y algunos burocratas de izquierda. ¿Los más feroces? Aquellos que ni siquiera serán legisladores, con dieta y fuero. Con raída vestimenta "revolucionaria". Pero astutos, creadores de un cacique urbano, quien ahora busca el triunfo de lo suyo: con la asonada reaccionaria.

Ya hay "presidente electo". Su legitimidad mayor la tendrá que construir "rebasando por la izquierda". Con programas de mayor alcance. Buscando empleo, salud, educación y, claro, seguridad para las personas y los negocios. Del otro lado: la propuesta es cristalina, como en tiempos de Tomas Garrido Canabal: "El pueblo anhela un comisario del pueblo". ¡Cómo se nos ha avergonzado con esta debacle moral!

PD. Para Soledad Loaeza, Enrique Calderón, Roger Bartra y Luis Villoro.

Mvalle131@aol.com



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